jueves, 17 de julio de 2008

LA CONSERVA Y EL ORATORIO

Se anunció una noche larga de insomnio cuando me vi rodeada de fantasmas a cada paso dado por tan tétrico lugar. Me detuve a observar el entorno en un jardín central y el césped quemó mis pies con sutileza para sugerirme salir corriendo de ahí. Fuera del contorno con vegetación, se oía el constante aullido aterrador emanado por un pequeño monstruo bien afinado a quien le contestaba otro con un entonado rugido desde el lado contrario. Estaba rodeada, esas voces me amenazaban. Los árboles cobraron vida y, asimismo, me produjeron pánico con su actitud tortuosamente indagatoria que buscaba a toda costa un juicio y un castigo contra mí.

Corrí desbocada para evitar la reflexión, sin reparar en los espíritus que se impactaban contra mi cuerpo a cada zancada. Evité voltear, aunque más de una vez la curiosidad y el morbo fueron más fuertes que yo, y vi de reojo esas imágenes desgarradoras a mis espaldas. Quise abandonar aquel perímetro horroroso a la brevedad, pero la marcha se detuvo ante la presencia de un hombre en mi camino, al cual no pude ignorar. Su aspecto era oscuro, tanto en la ropa como en la piel y sus movimientos, pues los músculos de su rostro se contraían simulando una agradable sonrisa, pero sus ojos revelaban el fuego de una hoguera dispuesta a quemarme viva y hacerme retorcer frente al vasto público de espectros que me rodeaba. Aun así, fui presa de un sentimiento de afecto por el hombre, pese a que estaba consciente de que al dejarlo y dar la media vuelta, su ser se mezclaría con los otros entes y cambiaría la forma que lo hacía acreedor de mi abrazo por esa que en la noche me aquejaría con pesadillas despierta.

Huí de la intemperie y entré en la oscuridad de un recinto. Buscaba a alguien pero sólo hallé adentro el sonido y las imágenes translúcidas del recuerdo. Además, no pude buscar con meticulosidad, apenas me asomé en el sitio con una actitud temerosa similar a la de un niño que despierta a la media noche en plena oscuridad y sin sus padres. Así me desplacé hacia la luz, con soberbia velocidad para que nadie notara mi pánico. Lo logré. Los espectros quedaron atrás, aunque todavía se escuchaban sus voces, rugidos y lamentos.

Abordé mi carro y pisé el acelerador dando volantasos para no chocar sin disminuir la velocidad, de forma que pudiera alejarme de esa pesadilla. Pero fue peor. El sol brillaba y me quemaba, mi boca estaba seca en su totalidad y yo no tenía agua qué beber; el camino se transformó en interminable laberinto a pesar de haberlo transitado tantas veces antes, pues las brechas se cerraban mediante muros ilógicos, haciéndome retroceder y volver al mismo lugar siempre. Intenté abrirme camino por otro rumbo pero fui embestida por salvajes en cuatro ruedas que me expulsaron de la ruta hacia las colindancias terroríficas. No podía salir y me sentí perdida.

Por fin una esperanza brilló cuando una nube ocultó al sol. Pude esquivar bestias interpuestas. Ya no había muros que cerraran el paso y encontré una referencia para encaminarme de forma atinada. Todo se oscureció pero me sentía un poco más a salvo. Conduje durante largo tiempo albergando mareos y náuseas al grado de que en algún momento sentí desfallecer, pero llegué sana. Intenté relajar el cuerpo y las ideas mediante pensamientos que nada tuvieran que ver con lo vivido, pero los fantasmas del tiempo son omnipresentes en el mundo y continuaron con el acecho. Cuando entré en mi habitación éstos se manifestaron de nuevo. Intenté dormir pero atacaron bruscamente sin piedad, me golpearon, me torturaron. Me aplastaban y asfixiaban, apretaban mi cuello por el surco de la almohada; batían mi espalda, apretaban mi cabeza.

Comencé a agonizar. Oí reproches, amenazas e insultos que, junto con el dolor físico, hicieron manar abundantes lágrimas de mis ojos. Aquellos entes no se iban ni en la luz ni en la oscuridad, ni en mi espacio ni en el suyo natal. Era tiempo de comenzar a orar pero ¿qué oración usar si no creía en Dios? El Padre Nuestro era obsoleto y no podía salir de mi ser con sinceridad.

Ya alucinaba y casi moría cuando, con el último cúmulo de aire, de mi garganta salieron unas palabras escondidas en lo más profundo de mi esencia:

La identidad incluye un conjunto de valores compartidos al interior de un grupo que son necesarios para su autodefinición. Para los simbolistas estos valores podrían traducirse como símbolos entendidos por los miembros de ese grupo. Para que haya identidad se requiere de una historia en común, no como pasado sino como proceso, que le ha provisto a los miembros del grupo, un entendimiento entre sí. Sin ello, sólo existe un no grupo y la perdición de los individuos en el miedo hacia el otro.

De inmediato, el aprisionamiento asfixiante se tornó en dulce caricia y los rugidos espantosos se convirtieron en suaves arrullos. Las presencias fueron entonces ángeles guía. La muerte inminente se transformó en porvenir definido. Así supe que no debía volver a ese sitio de fantasmas que visité por la tarde, hasta que llevara conmigo a mis propios ángeles y pudiera comprender que su existencia sería en gran medida gracias a los que me atacaban horas antes. No debía volver hasta que bajara mi defensa y dejara a un lado las provocaciones, hasta que pudiera escuchar afinadas escalas musicales en lugar de aullidos aterradores. Podría volver cuando pudiera aceptar el virtuosismo en vez de entender ataques destructivos del virtuoso y estar consciente de que ese en ocasiones podía ser yo.

A partir de ese día, los espectros arribaron a atacarme y torturarme de vez en cuando, pero la muerte todavía no me ha alcanzado.

lunes, 14 de julio de 2008

PARAISO

Atrás del oleaje, un espacio líquido marcaba el horizonte en camuflaje por las oscuras tonalidades compartidas entre cielo y mar. Incontables estrellas, igualmente aglomeradas que dispersas, parecían flotar sobre el agua y a la vez revelaban la curvatura terrestre que pocas veces los ojos perciben en la cotidianeidad.
La vista de alguien recibía con inmenso júbilo el espectáculo engrandecido aún más por el efecto psicotrópico que cierto humo provocó en el cuerpo de esos ojos al introducirse por su boca y los pulmones. El tiempo no corría con la velocidad acostumbrada, pues cada segundo parecía triplicarse y los instantes dejaban de ser sólo eso.
El conjunto evocó un pensamiento. La escena había dejado atrás una idea paradigmática sobre la redondez del planeta ya que, aunque miles de científicos se habían encargado ya de comprobarlo a lo largo de la historia basándose en argumentos coherentes guiados por los astros y, después, por la misma tecnología satelital que muestra fielmente la geometría de la Tierra, no podía ser una realidad si un común no lo hubiera visto de forma directa y casual. Ahora el mundo era redondo sin duda y ¿por qué no? El amanecer que se esperaba comprobaba su famosa rotación.
La arena era pisada por un par de pies que transportaba un conjunto sensorial hacia un lugar propicio para buscar más respuestas. El miedo en él se presentó ante la inmensidad del panorama y lo agresivo del agua levantándose y cayendo periódicamente, provocando la impresión de que se tragaría sin aviso al que ahora le temía huyendo despacio y desconcertado, con manos sudorosas por la ansiedad de correr y refugiarse. ¿De qué? El mar era el de la amenaza inmediata, pero había aun factores menos tangibles que le aquejaban, factores lejanos por kilómetros, en un mundo en el que el mar sería todo menos peligroso.
El fresco de la noche tropical comenzó a darle frío y otra imagen humana que hacía rato se encontraba enfrente, se perdió en una oscuridad aterradora, ante la cual sólo pudo moverse con desesperación, consciente de que todo era producto de una química aplicada en su propio cuerpo. Así logró disolver la ceguera, no sin antes pasar por la distorsión divertida del cielo con infantiles recuerdos sobre una percepción.
El miedo lo alejó de la compañía queriendo buscar refugio del cielo que antes le había encantado, bajo un techo y sobre un piso plástico que marcaba la frontera entre una persona y la “naturaleza”. Voces no oía más que la oceánica costera y una ausencia le preocupó sin definir el motivo entre el bienestar de quienes no estaban o el vínculo frágil que les unía. De cualquier forma, comenzaba a vivir un duelo supuesto, para lo que recurrió a consuelos teóricos de su acervo mental en el que se incluían enunciados diversos de libros y voces respetables que, lejos de provocarle un alivio inmediato, le causaron confusión terrible al encontrar contradicciones entre unos argumentos y otros de los que recordaba al momento. ¿Qué debía creer? Nada era seguro ni mucho menos cierto; también él se sintió ajeno a sí mismo e irreal ante los otros. Pero los otros no estaban solos y él...
La paranoia lo invadió y una imagen serpentina casi de dragón, apareció sin ser percibida a través de sus sentidos y, por tanto, no dudó en seguirlo, aunque se tratara de una figura estática que se desvaneció cuando abrió los ojos tras haber recibido indicaciones de que debía salir del pequeño refugio en el que se encontraba, para hallar en el exterior explicación para lo incoherente tras un proceso de expulsión.
El escenario nocturno lo abrazó con la cotidianeidad que instantes previos no existía, y extremidades humanas acudieron a protegerlo comandadas por procesos cerebrales que preveían buenas sensaciones al saberlo en buen estado. Quiso abrazarlos fuertemente pero su cuerpo debía cambiar de condición y el proceso incluía lo advertido antes por el ser de sus ojos cerrados. Después de eso, su entorno cobró forma nuevamente. El cielo volvió a ser simplemente lo que estaba arriba, el mar fue otra vez sólo agua salada dadora de placeres vacacionales y el sol, que comenzaba a asomarse, era la luz de cada mañana desde que conoció los días. La gente que estaba presente y le hablaba, eran amigos que seguramente también iban devolviéndose al mundo funcional acostumbrado. Los miedos desaparecieron y caminaron sobre el piso plano.

martes, 8 de julio de 2008

Ritual y cuento ¿Religión de un pueblo?


A veces es sumamente complicado trazar el límite que separa a lo supersticioso de lo religioso, a un simple relato regional con tinte de fábula de uno que alude al mito que explicaría una religión. Es difícil comprender de qué se trata este último término sin pensar en un personaje sobrehumano que encabeza la jerarquía de la cual el creyente forma parte y en la parafernalia que un culto conlleva (templos, ceremonias, rituales, etc.). Y no es de extrañarse pues, de no existir estos últimos elementos, la religión sería invisible y, por tanto, carente de fuerza y legitimidad. Todo ello es a lo que engloba el ritual.
El ritual es una característica predominante de la religión, aunque no es precisamente lo que la define. De aquí las complicaciones al determinar qué sí y qué no se trata de cuestiones religiosas dentro de las dinámicas de ciertos grupos en las que se incluyen, entre otras cosas, relatos de diferentes tipos con diversos fines que pueden llegar a ser confusos debido a su naturaleza.
El título del presente ensayo se debe precisamente a esas dificultades para determinar lo religioso a partir de lo que se vive en una sociedad. En este caso plantearé la pregunta ejemplificándola con ciertos relatos orales y escritos de los tzotziles y teeneks que hablan de eventos ocurridos en otro tiempo y en este tiempo, que intentan explicar realidades actuales. Esa es la parte del título que se refiere a “cuentos”, mismos que probablemente podrían denominarse mitos.
¿Pueden estos relatos formar parte de una religión o se deben pensar como un rasgo de su sociedad completamente al margen de ella?
Para contestar esto, creo conveniente comenzar por definir lo que es religión, para lo que usaré las palabras de Clifford Geertz que dicen que la religión es

un sistema de símbolos que obra para establecer vigorosos, penetrantes y duraderos estados anímicos y motivaciones en los hombres formulando concepciones de un orden general de existencia y revistiendo esas concepciones con una aureola de efectividad tal que los estados anímicos y las motivaciones parezcan de un realismo único.[1]

Para Émile Durkheim, la religión está directamente relacionada con la presencia de lo sagrado, que es la esencia de lo religioso, y esto no puede ser personal sino necesariamente colectivo[2]. Esto unificaría un poco ambas concepciones de religión de los dos autores, pues Geertz, al referirse a “un sistema de símbolos”, necesariamente se refiere a algo construido culturalmente y, por tanto, colectivo, ya que no es algo con lo que se nazca por naturaleza sino que finalmente es enseñado.

Entre los tzotziles existe un relato de conocimiento popular que habla sobre el origen de la tierra a partir del Sol (XUT) que, según quien me lo contó, también es considerado Dios porque ese nombre tiene una carga sagrada equiparable con el término “jch’ul totik” que siginifica “nuestro Dios”.
Este relato consiste en una madre que tiene 3 hijos, el más pequeño de ellos, Xut, era al que molestaban sus hermanos todo el tiempo sin parar, dejándole todo el trabajo a él solo. Cada mañana los tres hermanos salían, tras haber recibido su respectiva ración de tortilla hecha por su madre, a trabajar hacia la milpa, pero los hermanos grandes y flojos de Xut, se dedicaban a holgazanear, mientras éste trabajaba y trabajaba. Un día Xut, harto de la situación, con la ayuda de un panal que se encontraba arriba del árbol en que se subió, comenzó a hacer diferentes animales con ayuda de la cera y así estos comenzaron a existir; llamando uno a uno a sus hermanos, logró desaparecerlos y regresar a casa solo, ante lo cual su madre, extrañada comenzó a preocuparse. Xut le dijo que los iría a buscar y le decía que los había encontrado pero que no querían regresar, pero un día se presentaron en forma de cerdos, a lo cual su madre no estaba de acuerdo pues ahora ¿quién iba a trabajar la milpa si el que quedaba era tan pequeño? Xut la tranquilizó diciéndole que él se encargaría de todo y así lo hacía con la ayuda de los animales. Pero un día le fue indicado que su lugar no estaba en la tierra sino que debía subir al cielo con su madre para establecerse como el Sol y ella como la Luna.

Lo anterior ¿Puede considerarse parte de una manifestación religiosa? Es decir, ¿puede darnos pie a pensar que aparte del supuesto “catolicismo” que existe entre los tzotziles, haya otra religión un poco diferente o, más bien, se integre a esa religión los elementos de este tipo de relato, creando otra diferente? La historia relata el origen de los animales y del sol, por lo tanto vuelve comprensible a la vida y da significados de ella, que es la principal finalidad de la religión; está cargada de símbolos en gran medida y, hasta cierto punto también establece disposiciones en la gente, por ejemplo, el trabajo. No obstante, para considerar algo como religioso, tendría que existir la presencia del ritual porque éste materializa las creencias, siendo lo que Geertz maneja como modelo de la realidad y para la realidad, en lo que, a no ser por tal vez la disposición que es este relato crearía, no encuentro modelo alguno “para” la realidad, no así “de” ella. En otras palabras, en mi muy personal opinión, esto es lo que haría dejarle de llamar mito a este cuento, porque el mito no puede existir si no hay un rito como consecuencia.

No obstante, hay ciertos factores de la vida común que sí tienen una carga ritual bastante fuerte, por ejemplo, los truenos, las cuevas y el alma. Tanto para los tzotziles como para los teenek, el alma puede escaparse ante un susto fuerte, haciendo caer gravemente enferma a la persona asustada teniendo que buscar por ello a un curandero para que mediante ciertas actividades la traiga de vuelta. Esto evidentemente se trata de un ritual, aunque, como se dijo al principio, el que la presencia ritual sea un factor común de lo religioso, no es el único ámbito en el que existe. Es decir, también en el de la magia se llevan a cabo rituales, ¿cuál es la diferencia entonces? Como bien claro lo plantea Durkheim, la magia, aunque tenga cosas sagradas no es religión porque es individual. Pero, en este caso del alma y su regreso ¿Es un acto relacionado con lo mágico o con lo religioso? Normalmente se relaciona al curandero más con la idea de mago que con la de “sacerdote” o “especialista religioso”, no obstante, la actividad que realiza, si bien en el momento es prácticamente de forma individual, de fondo se trata en verdad de algo colectivo. Los rituales en una religión no tienen qué ser colectivos, por eso, dentro de la vida católica, existen el bautismo y la comunión que, aunque haya gente presente al momento de llevarse a cabo, sólo están en calidad de observadores, y quienes participan verdaderamente en el ritual son el sacerdote y el que recibe el sacramento. Un ritual según Victor Turner, implica una conducta formal prescrita en ocasiones o dominadas por la rutina tecnológica y relacionada con la creencia en seres o fuerzas místicas y el símbolo es la unidad más pequeña del ritual y la comprensión de ellos varía dependiendo el punto de vista de quien lo vive (especialista-fieles).
Dentro de los rituales existe uno muy particular que ha sido conocido como rito de paso, en el que existe un periodo liminal, que se lleva a cabo cuando se da la transición de un estado a otro. [3] La diferencia principal entre el”rite de passage” con los demás tipos de ritos, según Victor Turner, es que “los cambios se encuentran ligados más a los ritmos y a las recurrencias biológicas o metereológicas que a las innovaciones técnicas”.[4]
En el caso de los teenek y tzotziles, por ejemplo, existiría un periodo liminar tras el momento del susto hasta en el que el curandero logra devolverle su alma, es decir, se estaría llevando a cabo un rito de paso, pero ¿existe la relación con seres o fuerzas sobrenaturales? Lo de los seres sobrenaturales, habría que contestarlo investigando más a fondo, es decir, si hay alguien que extrae (según ellos) el alma, no obstante, la fuerza sobrenatural está presente evidentemente por el simple hecho de ser un evento no cotidiano. Sin embargo, no podría suscribir dichos eventos a una concepción religiosa porque hasta ahora no sé cuál es el génesis de dicho rito y, por lo tanto, no estaríamos frente a algo que explicara una realidad del mundo.

En el caso de los teenek, existe un relato que dejó plasmado Anath Ariel de Vidas con respecto al trueno:

Andaba un muchacho buscando leña. Andaba en el cero cuando entró a la casa de los nichos. Los nichos son truenos. Los truenos dejaron al muchacho en la casa para que la cuide y se fueron a trabajar. Eran muchos. El muchacho se quedó solo en la casa y sacó la ropa de los truenos, que tiene un traje especial para hacer el viento y el huracán. El muchacho se puso el penacho, vistió la capa y tomó el bastón, el hacha y el tecomate. Con esas cosas hizo rayos y truenos. Movía la mano y hacía más rayos. Como él no era trueno, nomás se puso el traje que llevaba arriba, sintió que se iba a caer. Entonces hizo más movimientos con la mano, pero así subió aun más alto con la fuerza del bastón, haciendo más rayos y tormentas. Cuando los truenos regresaron a casa para agarrarlo, se metieron en una gran nube negra para que no los viera el muchacho. Lo agarraron y lo pusieron en el norte. Hoy, cuando no llueve, se ven los grandes rayos de ese lado. Hoy el muchacho está en el mar, y cada vez que pasa el 24 de junio, que es su tiempo de tronar, le dicen “todavía falta mucho” y después pasa la fecha, ya así no hay demasiada lluvia.[5]

Lo anterior está cargado de símbolos, explica algo de la realidad, aunque de principio aparentemente no todo, es colectivo desde el momento en el que se encuentra dentro de la tradición oral de donde fue recogido por la antropóloga que lo transcribió y, sobre todo, dentro del relato hay una idea de ritual en la que intervienen ciertos movimientos, atavíos e instrumentos para llevar a cabo algo en particular que, fuera del relato, es decir, en la vida cotidiana seguramente también se llevan a cabo. El ser sobrenatural en este caso, aunque para Geertz no sea indispensable al hablar de religión, también está presente y se trata del trueno. Claro, no lo digo por el hecho de que haya aparecido en este relato solamente, sino que hay otros en los que juega un papel principal. Por ejemplo, al hablar del origen del maíz según los mismos teenek de Veracruz, es el trueno quien se encarga de dejar libre de un cerro al maíz para que la gente pudiera comer ante la escasez de alimento que estaba habiendo, además de ser el responsable de las diferentes variedades de éste.
Al parecer, en este caso sí podría asegurar que estos relatos se incluyen en un marco religioso pero, ¿de qué religión se trata si la gente que cuenta esas historias se encuentran incluidas en lo que supuestamente es una tradición católica?

También los tzotziles perciben al rayo con características particulares, jerárquicamente encima de los humanos, incluso su nombre en lengua bats ‘i’ k’op es anjel, de lo cual una vez me dijeron que el origen de la palabra es un préstamo del español, que hace alusión precisamente a un ángel. Si esto es cierto, las características “divinas” y sagradas de este evento natural, quedarían más que claras.

Ambos grupos están emparentados lingüísticamente, pues pertenecen a la rama de las lenguas mayences y no creo improbable que tal vez alguien se aventurase a pensar en una “religión maya”, más aún considerando la relación entre el maíz y el trueno de los cuentos/mitos y el maíz y el hombre del mito del Popol Vuh, en el que los seres humanos fueron hechos de maíz. No obstante, no seré yo quien corra ese riesgo, como tampoco seré en esta ocasión quien saque el término de sincretismo para contestar a esa pregunta que ni siquiera es el tema central de este trabajo.

Para iniciar esta explicación (y digo iniciar, pues no pretendo descubrir el hilo negro en un pequeño ensayo) que servirá para corroborar la integración de estos relatos a la religión, comenzaré por hacer mención de ciertos elementos simbólicos en el transcrito arriba, en particular dos: la fecha que ahí se menciona y el punto cardinal al que alude.

El 24 de junio dentro del calendario católico se celebra a San Juan, día famoso por la lluvia que se precipita en grandes cantidades. El norte, según Ariel de Vidas, está relacionado con el mismo santo, el trueno y con las creencias mayas sobre el maíz. No obstante, a mi parecer, la cuestión del santo se vuelve irrelevante, pues lo único que pasó es que se adaptó al santo a las creencias y no al revés. ¿Creencias en qué? Hay quienes plantean la idea de una religión agrícola, misma que no me parece descabellada, pues el trueno se relaciona como agua, ya que es, en términos de Leach, un indicador de la lluvia y al ser indicador podría incluso convertirse en un símbolo de ella que es gracias a la cual las cosechas se pueden dar, esto puede ser también en términos de Turner lo que llama simbolismo ritual.

Tampoco hay que perder de vista que no sólo en esos lugares se llevan a cabo ese tipo de actividades, en la cuenca de México, por ejemplo, también existen especialistas que se encargan de la lluvia, que están relacionados también con el rayo, porque de hecho él es el que los transforma en personas idóneas para llevar a cabo los rituales de petición (cuando son tocados por estos y sobreviven).
Cabe mencionar que en este caso habría que separar y ligar a la vez la cuestión ritual, por un lado se encuentra el rito de paso que se da cuando un individuo se convierte en un futuro especialista religioso tras haber pasado por las situaciones debidas para ello y, por otro, el rito realizado por el especialista una vez siendo tal, pero que finalmente cuajan la forma de una religión.

Darle un nombre a esa religión es un poco complicado, pero el hecho es que sí existe tal, siguiendo el concepto de Geertz sobre ella, alimentado por el de Durkheim. Los relatos no son la religión en sí, pero en calidad de mitos, son un eje de ella, quienes divulgan su existencia.

[1] Geertz, Clifford
[2] Durkheim, Émile Las Formas Elementales de la Vida Religiosa
[3] Turner, Victor, La Selva de los Símbolos
[4] Ibidem, p.103
[5] Ariel de Vidas, Anath, El Trueno ya no Vive Aquí. Representación de la marginalidad y construcción de la identidad teenek, CIESAS, México, p.468

BIBLIOGRAFÍA
Ariel de Vidas, Anath, El Trueno ya no Vive Aquí. Representación de la marginalidad y construcción de la identidad teenek, CIESAS, México, p.468
Durkheim, Émile, “Las Formas Elementales de la Vida Religiosa”
Geertz, Clifford “La Interpretación de las Culturas”
Leach, Edmund “culture and Communication, the logic in which symbols are connected”, Cambridge university Press, Cambridge
Turner, Victor “La Selva de los Símbolos”

domingo, 6 de julio de 2008

LUNÁTICA PARTIDA

(Junio de 2007)

Casi tres de ellas han pasado desde que estuve observándola, sentada de frente al poniente, en aquel lugar donde parece que la luna jamás se oculta. Esperaba sin ansias a que el sol sucumbiera ante su compañera esplendorosa que reinaría absoluta en aquel cielo inmenso y esférico del desierto. Risas y caricias infantiles -algunas bruscas- eran preludio al llanto inevitable por la tristeza que se avecinaba. Aunque no por dolor. Éste sólo hubiese tenido cabida si el momento hubiera ameritado un duelo. Todo lo contrario, pérdidas sólo existían manifiestas en tiempo -el eterno extinto que siempre permanece-, dejando al torrente líquido de los ojos en manos del capricho melancólico de una parcial ausencia por mi partida. No había fuegos artificiales, tampoco música, ni una fila de gente influyente dispuestos a lamentar el momento de marcharme. Pero yo era importante. Aquella soberana del cielo brillaba entera como sólo lo hace cada veintiocho días, dando la cara hacia la mía en el momento que saliera con mi equipaje por la puerta de esa casa de amor y arena. La pompa de mi despedida, estaba presidida por esa luna llena y no había mejores notas que las emanadas por unas voces a las que sólo podía entender alejada de lo lingüístico.

Esa tarde intenté quedarme con cada segundo vivido, acumulándolos mediante mis sentidos que, uno a uno, secuestraban de ese rato lo que estaba al alcance de su capacidad: imágenes, sonidos, aromas, texturas y el sabor de la gufia[1] convidada por aquellos seres cuyo modo de vida y hasta de producción, no parecía ser otro que el amor. Yo, el ser que siempre suele teorizar los sentimientos al grado de cuestionar su existencia, estaba sensible al conocimiento indefinible de uno. ¿Era acaso el lugar y la gente anfitriona la razón? Más allá de un idealismo ciego, creía – y aun lo creo- haber pasado dos semanas de mi vida albergada por seres humanos en cuyo entendimiento no existía el prejuicio, la envidia o el rencor –sin que ello implique que los piense menos imperfectos- Pero sin duda, el matiz del exilio y la ruptura de los esquemas cotidianos de la urbanidad, era el perfecto interruptor para encender los sensores comúnmente apagados al interior de mi hábitat en donde no concibo más que pensamiento y sensación.

El primer momento de incómoda presión llegó aprovechándose de un parpadeo. La noche entró de lleno avisando de manera tortuosa la cercanía de aquel instante en que un buen hombre cobraría por un momento el aspecto de verdugo, y entraría para arrancarme sin piedad de aquel estado de absoluto bienestar del que no quería moverme aún, no por desprecio a mi propia tierra, sino por rechazo a la persona incierta en que me convertiría al regresar a ella. ¿Acaso era hora de retomar la actividad lacrimosa que horas antes había llevado a cabo a escondidas de los implicados? Mis ojos, tal vez por fortuna, siempre habían tenido la costumbre de desaguarse en las inoportunidades incómodas y de reservar el líquido expresivo cuando la situación sí es adecuada.

Quería aprovechar el par de horas restante para dejar a un lado mi monólogo egocéntrico e interno, haciendo sonar palabras en segunda persona que expresaran mis pensamientos trascendentales a la gratitud. Pero el idioma era grave impedimento y mis limitadas dotes de oradora lo volvían aun más complicado y sin sentido. Mis interlocutores no entenderían ni siquiera un trozo de lo que intentaba comunicarles, y no por no conocer mi lengua. Decidí entonces sonreír como siempre y escribirles una nota con frases hechas de izquierda a derecha, que tal vez alguien podría leerles después.

El rugido espantoso de un motor inarmonizó la sinfonía de paz en aquel poblado y osó interrumpir mi banquete saharaui en presencia de aquella belleza plateada del cielo. Ni siquiera tuve tiempo de disfrutar la sensación de cada abrazo cuando me despedía y pronunciaba la promesa de volver ante cada una de las cinco féminas hospitalarias, miembros de mi nueva familia que se quedaban ahí. Subí resignada al transporte, albergando algo físico desde el estómago que ejercía presión hasta la cabeza como queriendo expulsar algo. Pero las lágrimas no llegaron y, con el motor en marcha, el “te quiero” con acento hasania[2] de la voz de mi homónima nueva hermana, dejó firmado el contrato que estipulaba mi futuro regreso.

Poco a poco fui perdiendo de vista aquel nuevo hogar y al tiempo la luna se iba más lejos en las alturas. Las llantas de la camioneta dejaron de rodar sobre la arena, encontrando el pavimento y pronto dejé de pensar un instante en mí, queriendo inmiscuirme más en las vidas de quienes se quedaban atrás, a los que conocía poco y estimaba tanto. Deseaba llevármelos íntegros en la memoria para mantenerlos vivos en el periodo de lejanía que ahora enfrento, mientras escribo esto, sin otro recurso que imaginar sus historias. A fin de cuentas pasamos más de media vida fantaseando acerca de todos y de todo, siendo eso la única verdad verdaderamente confiable. En aquellos rumbos lo entendí junto con muchas otras cosas, aunque hube tardado algún tiempo en saberlo…

Hace casi tres lunas me alejaba de los campamentos saharauis, para ellos refugio de una guerra injusta y cruel; para mí, resguardo de la crueldad propia que, mediante el miedo a la vida, me ataca con balas de tiempo.



[1] Bebida refrescante saharaui hecha a base de trigo.

[2] Dialecto del árabe hablado por el pueblo saharaui.

miércoles, 2 de julio de 2008

JUAN PÉREZ JOLOTE Y ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL AMOR

Antes de comenzar a desarrollar las ideas presentes con respecto a la novela antropológica de Ricardo Pozas, Juan Pérez Jolote, creo pertinente hacer énfasis en los datos proveídos a manera de introducción de este libro, no sin antes remarcar el año de su primera edición: 1952.
La razón por la cual he decidido empezar de esta manera, es porque el autor provee cifras y datos sobre la comunidad que están sujetos a los cambios inevitables que el devenir del tiempo provoca. Es decir, las circunstancias del país en casi todos los sentidos son muy diferentes hoy que hace 54 años, y eso se evidencia en la dinámica y los rasgos de todos los pueblos, indígenas o no. El ejemplo más común, con toda probablidad, es el de la demografía. Para el tiempo en que Ricardo Pozas escribiera el texto introductorio a su relato de Juan Pérez Jolote, la población total de hablantes en el municipio de San Juan Chamula, según lo plantea el mismo autor, era de más de 16000 individuos hablantes de tzotzil. Hoy en día, según el censo general de población y vivienda 2000 del INEGI, la cantidad de hablantes de lengua indígena en dicho municipio es de 48819, de los cuales 30695 son monolingües, cifras que se alejan por varios miles de la que Pozas proveyera hace tantos años. Además, la tecnología ha traído cambios en la vida cotidiana: los caminos y los transportes juegan un papel diferente en cuanto a la migración; los individuos se desarrollan en trabajos también diferentes con respecto al pasado porque la comunidad, como muchas otras, se integra cada ves más a la dinámica económica capitalista del país; la televisión y la llegada de sistemas satelitales que proveen cientos de canales, revelan los modos de vida de las grandes ciudades no sólo de México sino del mundo entero, aventando ideales de vida que repercuten en la parte ideológica sobre todo de los jóvenes; los movimientos sociales como el EZLN que, en definitiva, ha incorporado a los indígenas de los altos de Chiapas a una lucha constante y probablemente les ha dado una conciencia mayor de lo que es y ha sido el indígena en México.
No obstante, hay características del grupo que se mantienen, si no intactas, al menos con una base firme a la que la tradición ha contribuido a construir, tradición misma que también ha sido producto de los eventos acaecidos a lo largo de la historia, proveyendo los elementos que conforman la cultura actual, relatada en gran medida por Ricardo Pozas al contar la vida de un chamula que, aunque “no se trate de una biografía excepcional”, como él mismo lo aclara, provee, si no todos, una gran cantidad de elementos etnográficos necesarios para lograr tener al menos una noción de este grupo, no solamente de la propia comunidad de San Juan Chamula, sino de los tzotziles en general.
Ya que este breve escrito se trata de un ensayo y no de una simple reseña literaria de Juan Pérez Jolote, ni de una extensa etnografía de los chamulas (etnia muy "taquillera" en el mundo antropológico), he decidido detenerme dentro de la trama en lo relacionado a un aspecto en particular que es de mi total interés desde que tuve la fortuna de comenzar a estudiar un poco de tzotzil. Me refiero a la cuestión de los sentimientos y la familia, lo que cotidianamente en nuestra cultura llamaríamos amor, y digo “en nuestra cultura” porque, a pesar de lo que mucha gente opina, un sentimiento, en mi propia opinión, es un producto cultural como todos los sentimientos existentes. Esto lo afirmo a partir de la definición de sentimiento que entiendo como un pensamiento que provoca alguna sensación. Los pensamientos están condicionados por la cultura y, a pesar de existir varias definiciones de este concepto, “todas están acordes en reconocer que es aprendida” (Herskovits:1948, p.29). Las sensaciones, por el contrario, no son aprendidas. Tal vez sí lo sea el modo de reaccionar ante ellas, pero el dolor físico: el frío, el calor, etcétera, son cosas que todo ser vivo siente.
Para explicar lo anterior con base en el libro al que este trabajo hace referencia, comenzaré por dar una muy breve reseña de la historia de Juan Pérez Jolote para desembocar en el análisis del aspecto que aquí interesa.
Juan Pérez Jolote es un personaje de un paraje de San Juan Chamula, cuya historia está determinada por el trato que de niño le dio su papá, un hombre aparentemente alcohólico que golpeaba al pequeño Juan cada que pretendía hacerlo trabajar y se percataba de que el niño no podía con las labores que él pretendía que hiciera, tachándolo de inútil sin pensar o sin querer pensar en que la razón era su corta edad y las capacidades físicas que por ello se tienen. El pequeño, atemorizado, decide escapar de su hogar, yéndose a otro poblado tzotzil en el que una familia lo acogió por un tiempo hasta darse cuenta de que no se trataba de un niño huérfano y por tanto tenía que regresar con su familia biológica. Posteriormente vuelve a escapar, busca en San Cristóbal la manera de incorporarse al trabajo en una finca, dentro de la cual comenzó a ganar dinero que le interesaba enviar a su padre para que éste viera que no era un hijo inútil y ganarse su cariño. No lo consiguió.. Juan se incorpora al trabajo en diferentes fincas hasta que un día cierto evento lo dejó en una situación comprometedora que, al no ser aclarada, lo llevó a la cárcel. Salió de ella gracias a los conflictos militares por las cuestiones políticas del país durante principios del siglo XX, pues buscaban personas que se incorporaran al ejército o, mejor dicho, a los ejércitos carrancistas y villistas. Gracias a ello Juan Pérez Jolote conoce varios lugares de México y en el transcurso también conoce al menos a un par de mujeres con las que se involucró sexualmente.
La primera de ellas, una mujer nada joven con la que se sentía un poco apenado de ser visto, aunque omitía la vergüenza por el disfrute de sus encuentros con ella. La segunda mujer se trató de una joven que conoció al incorporase en las tropas villistas, quien le propuso irse al bañar al río, actividad en la cual se evicenció el coqueteo de la chica hacia él y se llevó a cabo lo inevitable, evento que se repitió constantemente en el monte durante la época que estuvo ahí Juan, antes de decidir marcharse para regresar a su tierra. Cuando eso sucedió, él ya había crecido y olvidado su lengua (tzotzil), por lo que le costó trabajo ser reconocido por su familia y su comunidad, además de que lo volvía alguien no visto con buenos ojos dentro de ella y le costó trabajo volverse a integrar y usar sin pena la ropa tradicional que portaban los hombres y participar activamente en las festividades.
Poco a poco, fue ganándose a su padre, ya que Juan trabajaba por temporadas en fincas y proveía de dinero a su familia. Tras una temporada de trabajo, volvió y se halló con la noticia de que su padre había tomado un cargo, gracias al dinero que él le había dejado. Para tener un cargo es necesario el dinero, ya que hay que comprar diversos productos, entre otras cosas, pox (bebida alcohólica hecha a base de caña) y otros menesteres que se pueden requerir a lo largo de la duración del cargo. El pox es un factor de suma importancia en la vida de la comunidad chamula, tanto a nivel religioso como político y social. Esto queda claro desde el principio de la narración, pero más aun cuando se relata la forma en que los principales arreglan los asuntos administrativos, todo con trago en mano que se lleva a casa de los principales y todos beben.
El padre de Juan, aprovechando el privilegio de su situación, le propone a su hijo que buscase esposa. Le pregunta si había alguna que le gustara para irla a pedir. Juan le contesta que sí pero que se trataba también de una tuluc, palabra que significa guajolote, entonces podría haber prohibición por pertenecer al mismo clan, pero Juan lo solucionó considerando que su apellido estaba en castellano y eso haría que no se dieran cuenta. Entonces fueron a visitar a la familia de la muchacha para pedirla, otra vez con pox en mano. Durante el encuentro el padre de la muchacha, entre otras cosas, pregunta inquisitoriamente si ya se relacionaban él y la muchacha, cosa que estaría prohibido y a la cual contestan negativamente. Además le pregunta si era trabajador y si tenía algo que ofrecerle a quien quiere como su futura esposa. Ante la respuesta afirmativa del pretendiente, el futuro suegro procede a cuestionarle en torno de su identidad como chamula debido a que estuvo lejos de la comunidad por mucho tiempo. Comienza entonces un período de prueba y en otra visita, en la que la familia de Juan llevan más cantidad de pox que la vez anterior, Juan lo sirve en orden jerárquico sin beber él y le fue otorgado el permiso para unirse a la muchacha, sólo que para ello tenía que pasar un período de prueba en la que Juan se queda en la casa de los padres de la novia y acompaña al padre en sus labores diarias para convencerlo de que es un hombre trabajador. En la noche que él se quedó ahí, ya durmieron juntos pero evitaron los actos sexuales por “respeto” a los padres de ella, aunque ya era algo permitido. El padre de la novia le dio autorización de irse a su casa sin pasar más días con ellos, pues le explicó que a pesar de que otros jefes de familia exigen muchos días de prueba, a él le había bastado con ese. Indicó a su hija que tomara sus cosas para irse ya a vivir acasa de la familia de su nuevo esposo. Una vez ahí, Juan se va a la finca de la cual había pedido el adelanto para conseguir el dinero necesario para casarse y le concedió a su nueva esposa irse a casa de sus padres durante ese lapso.
Después la vida de Juan Pérez Jolote cambió, buscando él cargos como mayor para ir ganando el respeto de la comunidad. En las labores le fue muy útil su dominio del español.
Su padre murió un día gracias a los estragos del alcohol ingerido en cantidades grandes, misma causa que al momento del relato, siendo alférez, le estaba causando estar enfermo a Juan porque todos iban a su casa a comprar el alcohol que sólo él estaba autorizado a vender, bebiendo con todos ellos.
De la historia de vida a grandes rasgos resumida en las líneas antes de esta, es obvio que se puede sacar mucha información y desarrollar temas sobre la organización tzotzil pero, ya que la cuestión religiosa, social y de cargos ya ha sido muy analizada en gran cantidad de textos etnográficos, es mi propósito detenerme a reflexionar, como ya lo dije, en el aspecto de los sentimientos en la medida que el texto lo permita.
Como en todos los pueblos, entre los tzotziles existen las alianzas entre hombres y mujeres y tienen familias. No obstante, la forma de elección matrimonial y el proceso para llevar a cabo la unión, es totalmente distinta a la que conocemos hoy en día. Es obvio que el amor, de la forma romántica que lo conocemos al menos en nuestra época, no existe entre ellos. La evidencia fehaciente se encuentra en el vocabulario, pues no existe una palabra que se refiera al verbo amar. En el intento por descubrir el equivalente dentro de una clase de tzotzil, sólo hallé los verbos k’anel y k’upinel, que significan querer y gustar respectivamente. El primer verbo, aunque en español pudiera entenderse como un sinónimo de amar, no hay que dejar de lado que en nuestra lengua esa palabra tiene otro sentido que va más enfocado al deseo, lo cual parece ser el sentido del verbo k’anel. Por su parte, el segundo verbo está relacionado con un gusto físico o atracción por otros factores, pero la construcción sentimental parecida a la que poseemos, en definitiva se encuentra muy distante, lo cual también podría explicarse al no haber una palabra que equivalga al verbo “extrañar” de la forma que nuestra cultura la emplea.
Entonces ¿cómo entender los afectos dentro de este grupo? James Taggart, en una ponencia dentro del marco del XIV encuentro de investigadores de la Huasteca, de nombre El amor como concepto religioso entre los nahuat de la Sierra Norte de Puebla, propuso que, al menos en ese grupo nahua, el amor podría entenderse en función del trabajo y de la alimentación. Si nos basamos en el texto de Juan Pérez Jolote, particularmente en la parte de la entrevista con el padre de la mujer que este personaje quería por esposa, esto se revela ya que, también la muchacha es preguntada de si le gusta por trabajador.
Hay un mito sobre la creación del sol y la luna de concepción tzotzil que también podría servir para entender esto, no obstante, este ensayo excedería el número de páginas si se relatara entero, sólo me detendré en explicar que en una parte, según el relato hecho por un hablante de san Andrés Larráinzar, la madre (la luna) ante el extravío de sus hijos mayores expresa llorando a su hijo menor “¿dónde estarán tus hermanos? Si no vuelven, ¿ahora quién va a trabaja y hacer la milpa?”. El sufrimiento de acuerdo a la forma en que esto es relatado va en torno a las necesidades, tal vez una distribución del trabajo. En la cultura occidental esto no es desconocido, claro, hoy en día parecería inconcebible, pero en el pasado de alguna manera esa era la dinámica de las relaciones, distribuir el trabajo, por eso el matrimonio existió. En el caso de los tzotziles aun podría evidenciarse esta dinámica, no obstante lo aquí escribo es una mera suposición fundada, como ya dije redundantemente en un solo texto y ciertos datos que han llegado a mí provenientes de fuentes directas que el intento de conocer una nueva lengua me ha proveído. Claro, el tema es muy complejo, tanto que difícilmente podría siquiera comenzar a quedar claro en un pequeño ensayo, pero pienso que valdría la pena profundizar en él porque daría una riqueza grande para el conocimiento de la cultura.


Bibliografía

Herskovits, Melville
1948
El Hombre y sus Obras, México, FCE

Pozas, Ricardo
1952
Juan Pérez Jolote, México, FCE.

Taggart James
2006 El amor como concepto religioso entre los nahuat de la Sierra Norte de Puebla en el XIV Encuentro de investigadores de la Huasteca, Papantla, México