Atrás del oleaje, un espacio líquido marcaba el horizonte en camuflaje por las oscuras tonalidades compartidas entre cielo y mar. Incontables estrellas, igualmente aglomeradas que dispersas, parecían flotar sobre el agua y a la vez revelaban la curvatura terrestre que pocas veces los ojos perciben en la cotidianeidad.
La vista de alguien recibía con inmenso júbilo el espectáculo engrandecido aún más por el efecto psicotrópico que cierto humo provocó en el cuerpo de esos ojos al introducirse por su boca y los pulmones. El tiempo no corría con la velocidad acostumbrada, pues cada segundo parecía triplicarse y los instantes dejaban de ser sólo eso.
El conjunto evocó un pensamiento. La escena había dejado atrás una idea paradigmática sobre la redondez del planeta ya que, aunque miles de científicos se habían encargado ya de comprobarlo a lo largo de la historia basándose en argumentos coherentes guiados por los astros y, después, por la misma tecnología satelital que muestra fielmente la geometría de la Tierra, no podía ser una realidad si un común no lo hubiera visto de forma directa y casual. Ahora el mundo era redondo sin duda y ¿por qué no? El amanecer que se esperaba comprobaba su famosa rotación.
La arena era pisada por un par de pies que transportaba un conjunto sensorial hacia un lugar propicio para buscar más respuestas. El miedo en él se presentó ante la inmensidad del panorama y lo agresivo del agua levantándose y cayendo periódicamente, provocando la impresión de que se tragaría sin aviso al que ahora le temía huyendo despacio y desconcertado, con manos sudorosas por la ansiedad de correr y refugiarse. ¿De qué? El mar era el de la amenaza inmediata, pero había aun factores menos tangibles que le aquejaban, factores lejanos por kilómetros, en un mundo en el que el mar sería todo menos peligroso.
El fresco de la noche tropical comenzó a darle frío y otra imagen humana que hacía rato se encontraba enfrente, se perdió en una oscuridad aterradora, ante la cual sólo pudo moverse con desesperación, consciente de que todo era producto de una química aplicada en su propio cuerpo. Así logró disolver la ceguera, no sin antes pasar por la distorsión divertida del cielo con infantiles recuerdos sobre una percepción.
El miedo lo alejó de la compañía queriendo buscar refugio del cielo que antes le había encantado, bajo un techo y sobre un piso plástico que marcaba la frontera entre una persona y la “naturaleza”. Voces no oía más que la oceánica costera y una ausencia le preocupó sin definir el motivo entre el bienestar de quienes no estaban o el vínculo frágil que les unía. De cualquier forma, comenzaba a vivir un duelo supuesto, para lo que recurrió a consuelos teóricos de su acervo mental en el que se incluían enunciados diversos de libros y voces respetables que, lejos de provocarle un alivio inmediato, le causaron confusión terrible al encontrar contradicciones entre unos argumentos y otros de los que recordaba al momento. ¿Qué debía creer? Nada era seguro ni mucho menos cierto; también él se sintió ajeno a sí mismo e irreal ante los otros. Pero los otros no estaban solos y él...
La paranoia lo invadió y una imagen serpentina casi de dragón, apareció sin ser percibida a través de sus sentidos y, por tanto, no dudó en seguirlo, aunque se tratara de una figura estática que se desvaneció cuando abrió los ojos tras haber recibido indicaciones de que debía salir del pequeño refugio en el que se encontraba, para hallar en el exterior explicación para lo incoherente tras un proceso de expulsión.
El escenario nocturno lo abrazó con la cotidianeidad que instantes previos no existía, y extremidades humanas acudieron a protegerlo comandadas por procesos cerebrales que preveían buenas sensaciones al saberlo en buen estado. Quiso abrazarlos fuertemente pero su cuerpo debía cambiar de condición y el proceso incluía lo advertido antes por el ser de sus ojos cerrados. Después de eso, su entorno cobró forma nuevamente. El cielo volvió a ser simplemente lo que estaba arriba, el mar fue otra vez sólo agua salada dadora de placeres vacacionales y el sol, que comenzaba a asomarse, era la luz de cada mañana desde que conoció los días. La gente que estaba presente y le hablaba, eran amigos que seguramente también iban devolviéndose al mundo funcional acostumbrado. Los miedos desaparecieron y caminaron sobre el piso plano.
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