"¿Será el final?" Según recuerdo, así titulé un cuento que escribí en segundo de secundaria para mi materia de lengua española. En él hablaba sobre la pesadilla de una ciudad en ruinas y el fin del mundo, historia que concluía, quizá trilladamente, con un personaje que despertaba en su cama, con la buena nueva de otra oportunidad para cambiar al mundo.
El mismo título escatológico le pertenece a una canción de una cantante colombiana, por mí muy admirada y a quien nunca tendré el placer de escuchar en vivo porque, por desgracia, falleció hace unos 4 ó 5 años por causa de cáncer. La canción trata de indiferencia, falta de pasión, frialdad, un sentimiento que se va después de años, y la sospecha de que el amor acabará. La letra, nada fuera de lo común, es opacada por las notas de un dramático bajo en el fondo, cuyo estupendo sonido roba por completo la canción.
Siguiendo con ese país, dicho sea de paso, el buscador de internet me arrojó el dato de que así se llama otra composición colombiana, pero con ritmo de vallenato, que, para no variar, habla sobre la partida de un amor y la desdicha del que es abandonado. Parece que lo único que preocupa a la gente que se acabe es el dinero, la salud y el amor.
Esta vez recupero el título de ese malo y viejo cuento de mi adolescencia incipiente, para ponérselo a este pequeño "ensayo" que, anticipo, quizá resulte más similar a la entrada de un diario adolescente. La pregunta en la que se basan estas líneas ocultan el objeto del que hablo; ¿el final de qué? Hoy quiero hablar de uno de los aspectos más importantes de la sociedad que, sin duda, casi todo el tiempo es olvidado por los estudiosos de las ciencias sociales, tal vez porque su existencia en cuanto a concepto no está muy bien delimitada: la AMISTAD. Esta palabra, al menos de primer momento, podemos decir que se trata de una condición y, probablemente (y esto lo pongo entre signos de interrogación) ¿de un sentimiento?; una condición establecida por común acuerdo entre dos personas, y el sentimiento que las vincula. Aún si estas dos acepciones complementarias fueran válidas, la identidad del concepto no es clara, y probablemente por ello se evita tratarla y estudiarla como parte de la estructura social, pero también desde el punto de vista del complejo mundo de las emociones.
Hoy me pregunto sobre el final de “una amistad” en mi propia vida y reflexiono en torno al significado de esa palabra. Me planteo también por qué la gente canta, llora, sufre, se deprime y hasta llega a suicidarse por separarse de un amante, pero pocas veces cubre todo el cuadro dramático (sin despertar sospechas de enamoramiento e identidad sexual diferente a la establecida) cuando quien se aparta es un amigo.
Advierto que a lo largo de estas líneas dejaré entrever a mi lector parte de la historia personal que me ha llevado a escribir estas reflexiones. Ojalá que al término de esta entrada, tanto ustedes como yo, entendamos mejor este aspecto de las relaciones sociales y, si es que de algo pueden servir estas elucubraciones ociosas, podamos comenzar a darle el peso y el significado que se “merece” este humano concepto de la amistad.
Condición/sentimiento. El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española como primera definición para la palabra amistad nos dice que ésta se trata del “afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”. No obstante, también nos propone el sinónimo de “amancebamiento”, es decir, “trato sexual entre hombre y mujer no casados entre sí”. Asimismo, la define como “merced, favor” y como “pacto amistoso entre dos personas”. Esta última, poco o nada nos dice para entender el concepto.
De esta suerte de definiciones, lo que es destacable y rescatable es que en todas está la presencia de un común acuerdo, de algo compartido, lo que diferencia a este “sentimiento” (si es que se puede llamar así) de los demás, como el amor. Es decir, no puede existir amistad sin reciprocidad, incluso en su connotación de amancebamiento. Entonces la reciprocidad es la base de la amistad. No basta con albergar sentimientos por alguien; si éstos no son recíprocos, la amistad es inexistente. En cuanto las dos partes comparten un sentimiento y comienzan a tener un trato fundamentado en él, se habla de que existe la condición de amistad. Pero ¿en qué momento ocurre esto? ¿Cuándo dos personas saben que comienzan a tener una amistad con otra? La amistad, en este sentido, ¿es un sentimiento por sí misma, o es sólo una forma de lidiar o interactuar con un sentimiento?
Como hipótesis me voy por la segunda opción a la última pregunta; la amistad, más que un sentimiento en sí mismo, es una forma de interacción social fundamentada en el amor ligero o profundo, pero recíproco. Dicho sea de paso, el amor, en cuanto a los sentimientos que involucran a un tercero (objeto o persona) es el único sentimiento existente, pues su opuesto, el odio, no genera sensación o síntoma alguno, sólo es un pensamiento negativo constante y el deseo de hacer mal.
Y ¿qué es un sentimiento? Tiene varios años que lo he definido como “un pensamiento que produce una sensación”. Por eso la forma de sentir (de sentimiento, no de sensación) puede variar de acuerdo a las culturas, por lo que, si bien el amor o el miedo existirán en todas, los fundamentos de estos no serán iguales. La reciprocidad, sin embargo, casi se podría establecer como una ley (valga la afirmación) en las relaciones sociales. Los dones que Marcel Mauss analiza en Essai sur le don, dentro de las llamadas sociedades primitivas, son un ejemplo perfecto de la materialización de la reciprocidad y, en teoría, la economía debería de responder a esa lógica recíproca, de forma tal que la explotación de los obreros no causara descontento, agitación y pobreza en el mundo. Aún así, hasta en esta sociedad capitalista, está presente la reciprocidad en el acto del consumo (aunque sea en el discurso), desde el momento en que tenemos que dar algo (dinero) para recibir otra cosa (mercancía).
La reciprocidad es necesaria para mantener un… llamémosle “equilibrio social” y, por supuesto, la solidaridad de la que tanto escribió Émile Durkheim. La estructura social sería tambaleante o de plano inconstruible sin la reciprocidad. Por eso, esta reciprocidad casi agotada por causa del capitalismo nos está llevando a la destrucción, al menos de manera global.
Pero ¿y qué hay de la amistad? Al momento me parece que ésta es la manifestación de la reciprocidad en el ámbito social. La amistad es un acuerdo de colaboración implícito en una cierta dinámica de interacción, para procurar bien de las necesidades, tanto emocionales como prácticas, de los implicados. Por tanto, es una condición del ser humano en relación a otro. Por lo mismo, es ridículo cuando las naciones se declaran ser amigas de otras, pues no hay sentimientos, sino solamente intereses. Lo cual no quiere decir que entre las amistades los intereses sean inexistentes, pero lo importante es que la presencia del amor[1] debe existir y éste debe ser mutuo.
La amistad se establece justo en actos de reciprocidad que se van manifestando en el día a día. Siempre una parte comienza a realizar actos que serán correspondidos más tarde para la otra persona y, después en sentido contrario, por lo cual se formará el vínculo recíproco amistoso. El sentimiento nacerá al sonreír por el bienestar ocasionado durante la interacción con el otro individuo, por la felicidad que ocasiona el buen humor del otro (en el caso de aquellos carismáticos que tienen la facilidad de hacer reír), por la complicidad ante situaciones que se presentan, por la tranquilidad de la comprensión y de descubrir afinidades. Una amistad jamás se dará sin eso pero, sobre todo, sin actos devueltos en los que alguien debe dar el primer paso.
Cómo acaba la amistad. Dicen que los verdaderos amigos son para siempre. Puede ser, aunque en la vida, sobre todo cuando somos muy jóvenes, circulan por ella (al menos fue mi caso) cantidad de mejores amigos que surgen de acuerdo al momento vivido y, si bien no necesariamente los anteriores desaparecen, el rol y, por tanto, el “estatus” (metafóricamente hablando) en la jerarquía de las personas importantes de los viejos amigos, cambia y se queda un poco atrás, hasta que muchos años pasan y uno se da cuenta de que los que permanecen, aunque quizá con menor afinidad se vuelven una suerte de familiar, con el q puedes o no llevarte bien. El “amor incondicional” prevalece por sobre la afinidad, pero esa incondicionalidad en realidad es visible con el escondido trato de reciprocidad. ¿Cuántas veces no hemos dicho “Sutanito es mi súper amigo, casi no lo veo, pero si me llama y me dice que tiene un pedo[2], corro a ayudarlo”. Seguramente Sutanito dirá algo similar de quien afirma lo anterior y, por tanto, la amistad continúa a pesar del alejamiento.
En mi caso particular, que me orilló a escribir estas líneas, se trata de una amistad de hace ocho años en peligro. En sus inicios me tocó (raro) ser aquella del primer paso en el vaivén de actos cordiales mutuos, lo cual nos llevó a tener una sólida amistad y a sentir gran amor al cabo del tiempo. No obstante, la semana pasada una fuerte disputa nos llevó al alejamiento que, por la magnitud de la discusión, llegué a pensar que sería irreversible. Aunque, por otra parte, consciente del distanciamiento, también me dije a mí misma “bueno, si de plano esto no tiene arreglo, mi lealtad continuará a pesar de que no nos veamos ni hablemos. Si un día ella tiene un problema, estaré ahí para ayudarla”. Así es que sin duda NO FUE EL FINAL, porque además el amor mutuo continúa. El problema, en realidad, fue que la interacción entre nosotras era cuasi muegánica desde hacía varios años y en esos casos, la forma de afrontar los cambios obvios de la vida se vuelve más complicada porque, además, la afinidad se mantiene. Al cabo de los días terminamos por hablar y comprender mucho de lo que aquí presento. Las asperezas se limaron.
No he hablado de la figura del compadrazgo, que en estos casos de amsitad urbana puede transformar la amistad en un parentesco ritual (no es el propósito de esta entrada). Pero, basta decir que quizá en un futuro, si llego a tener hijos y, pese a mis reniegos religiosos, opte por bautizarlos y enjaretarle el madrinazgo. El efecto será el de una amistad bajo normas sociales que, a fin de cuentas, sólo reglamentará los deberes de la reciprocidad a través de una figura ritual. El orden y la armonía se mantendrán, y una estructura de las relaciones sociales seguirá construyéndose con firmeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario