Durante los primeros años del siglo XX, mi bisabuelo fue inculpado injustamente de haber dado muerte a su padre. El infortunado evento ocurrió en Chiapas, en el Departamento de Chilón, dentro de la finca Candelaria Pamanavil, el 13 de febrero de 1905.
Cuando el Tribunal Superior al fin concedió su inocencia, Hermógenes Caballeros emitió un texto en el que daba su versión de los hechos y la explicación a su injusta acusación; el asesinato de su padre, Ezequiel Caballeros, había sido mandado ejecutar por una “mano enguantada y de perfil aristocrático”, con el móvil de querer adueñarse de las tierras que le pertenecían, a cambio de tan sólo unos “tres cacaos”. *
Aunque Hermógenes Caballeros no revela los nombres de los verdaderos culpables, es un hecho que durante aquella época la zona a la que pertenecía el Departamento de Chilón era sumamente codiciada, debido al interés por el “oro verde”, como le llamara De Vos (1988) a la madera de la Selva Lacandona. Desde 1894, en que Porfirio Díaz proclamara la Ley sobre Ocupación y Enajenación de los Terrenos Baldíos de los Estados Unidos Mexicanos, las casas comerciales comenzaron a adueñarse sin control de las tierras de la Selva Lacandona. Con esto se suprimieron muchas trabas y se agilizaron los trámites para adquirir y explotar la propiedad territorial, que podía ser perpetua a partir de este momento, por medio del Gran Registro de la Propiedad de la República. Cualquier habitante de la República tendría derecho a denunciar terrenos baldíos. El tercio de los baldíos podía convertirse en propiedad privada para las compañías que los habilitaran, el resto sería parte de los terrenos nacionales (De Vos, 1988).
La posibilidad de arrendamiento o aparcería de los terrenos no deslindados y reglamentos permitieron la explotación de maderas y resinas, quedando en manos extranjeras gran cantidad de tierras, tan codiciadas, que para 1895 ya sólo había terrenos baldíos denunciables en los departamentos de Las Casas, Palenque y Chilón. Las casas comerciales extranjeras formaron una oligarquía en Chiapas y había una constante búsqueda de expansión de sus latifundios, a costa de los propietarios originales, fueran estos indígenas con derechos ancestrales u honrados agricultores, como al parecer lo era Don Ezequiel Caballeros.
Con este pequeño contexto histórico de la época sólo busco reforzar los argumentos que mi bisabuelo daba para aclarar que de ninguna manera fue culpable del asesinato de su padre, ocurrido justo hoy hace 106 años. Las tierras del departamento de Chilón eran sumamente valiosas. Ese desgarrador malentendido, sólo es testimonio de otro crimen más por culpa del gran tormento de los últimos siglos: el capitalismo.
Ojalá que esta hipótesis histórica pronto se convierta en una microhistoria comprobada. Mientras tanto, a continuación transcribo el texto al que mi bisabuelo tituló ¿Crimen misterioso?
Y que en paz descansen ambos personajes...
¿Crimen misterioso?
No hace mucho tiempo que así consideraba yo el que a grandes rasgos voy a relatar:
En la finca denominada "Candelaria Pamanavil" del Departamento de Chilón se deslizaban las horas de mi vida casi feliz, disfrutando de la tranquilidad que brindan las honradas faenas del agricultor: y era para mí tanto más dichosa aquella vida, cuanto que la disfrutaba de lado de un padre para mí tan adorado -Ezequiel Caballeros-. Rígido en el cumplimiento del deber cuanto cariñoso para cuantos le trataban, trabajaba con ese constante afán a que nos induce el deseo de mejoramiento, procurando conservar y ensanchar la propiedad: jamás tuvo diferencia alguna con la vecindad, pues si alguna surgía era solucionada por la bondad de su carácter. Pero ¿A qué hacer yo el panegírico de este hombre? Pudiera obrar con apasionamiento inspirado por el amor filial. Dejo a la sociedad que le trató el derecho de calificarle.
El 13 de febrero de 1905 salí con dirección a una finca inmediata para arreglar asuntos relacionados con los negocios de mi casa, y cuando ajeno a todo presentimiento volvía yo al hogar, fui sorprendido como a tres millas por unos sirvientes que a pie, jadeantes y con emocionada voz me dijeron- "Corra usted porque han matado a su papá".
Atónito por semejante noticia, quedé como petrificado en aquel punto, mas volviendo en mí apresuré la marcha abrigando la esperanza de que aquello no sería cierto y... llego a la casa. Allí la realidad inexorable se presentó a mis ojos... aquel padre venerable y querido que no ha mucho dejara yo lleno de vida y de esperanza; aquel padre y amigo cariñoso, volvíale a ver cadáver yerto, ensangrentado... interrogué cómo había ocurrido aquello y sólo supieron decirme que a las 7 p.m. mi padre cenaba tranquilo cuando de improviso se escuchó la detonación de una arma de fuego y el golpe que al caer produjera el inanimado cuerpo de mi infortunado padre!
Abismado bajo el peso de mil y mil encontradas ideas, en vano me preguntaba quién podría ser el autor de aquel crimen: careciendo de enemigos declarados, inútilmente recorría los sucesos de la vida tranquila de mi padre pretendiendo encontrar por ellos el hilo que me condujese al descubrimiento del criminal... Un hecho se fijó persistente y tenaz en mi imaginación. Dos sirvientes habían sido despedidos pocos días antes, por su mala conducta. Después de un ligero altercado con mi padre por cuestiones de trabajo ¿Podía uno de estos tomar venganza de semejante manera por un hecho tan baladí? Era presumible, pues no es remoto registrar hechos de esta naturaleza tratándose de gente inculta... Al efecto, comuniqué mis sospechas a la Autoridad y se procedió a la captura de estos individuos: próximos a ser puestos en libertad por falta de pruebas fui llamado a la cabecera de un moribundo sirviente nuestro; quien me hizo revelaciones de tal naturaleza que me convencieron de que si bien la mano que había ejecutado el crimen era tosca y miserable, en cambio la mano que armó al asesino era mano enguantada y de perfil aristocrático.
¿Qué fin perseguía el instigador? No podía yo imaginar ni comprender tanta maldad. Pero transcurre el tiempo. Los detenidos son puestos en libertad y así como al cadáver de mi padre infortunado cubrían unos cuantos palmos de tierra, también al legajo de las diligencias seguidos en este asunto se les cubrió con un velo que la incuria de nuestros Jueces muchas ocasiones teje para enredar entre su hilos, más tarde, no al verdadero criminal sino a un inocente.
Durante más de un año busqué con infatigable constancia al que por un puñado de monedas me dejara en la orfandad, y de deducción en deducción llegué al convencimiento moral de haber encontrado al hombre que buscaba y de conocer el móvil que indujo a su instigador.
Hay ciertas gentes, me dije, que ambicionan la posesión de "Pamanavil" y como mi padre jamás quiso vender, le hacen que desaparezca pensando que su desaparición traerá discordias entre sus heredores [sic]. Desmembrada la familia, como es pobre, compraremos por tres cacaos la propiedad.
¿Quién se encarga de hacer desaparecer al padre? Cualquier ganapán o el primer pícaro que quiera venderse.
Sentadas estas conclusiones las comuniqué a persona de experiencia manifestándole que aún a costa de mi vida conseguiría yo las pruebas materiales para confundir a nuestros enemigos, pero me aconsejó que no intentara tal cosa, puesto que aún en el caso de adquirir esas pruebas no podría luchar con mis enemigos poderosos, porque cuentan con la influencia del dinero. Escuché este consejo y permanecí callado rebosando hiel mi corazón... Dos años después estando en Comitán se me exhorta por el juez de Chilón; este exhorto intempestivo y algunos rumores a los cuales no había yo dado importancia, me indujeron a transferir a un hermano la parte que me correspondía de "Pamanavil".
Presente ante el Juez citado me hace saber que yo era responsable de la muerte de mi padre. ¡Aberración increíble! Dos años necesitó lo que llaman justicia para declinar en mí tal responsabilidad para sin fundamento de ninguna especie pretender arrojar sobre mi frente el estigma parricida!
No quiero insistir en lo eterno de mis noches y en lo sombrío de mis días de presidiario; en esos crueles sufrimientos que amargaron la vida de una buena madre ni el pesar de mi familia; tampoco quiero por ahora, exhibiendo pruebas fehacientes, narrar los medios indignos de que se valieron mis detractores para querer hacerme descender ante la sociedad al nivel de asesino. Sólo quiero manifestar la conclusión de aquellas deducciones que sentí anteriormente. "Con la muerte de Don Ezequiel no se logró poner en pugna a sus herederos. Hagamos aparecer a uno de ellos como actor del crimen y cuando, después que caiga ensangrentado sobre el patíbulo, nos gocemos en la aflicción de esa familia, pobre, arruinada por los gastos de un largo proceso, compraremos "Pamanavil" no por tres sino por un cacao."
Si para alguien no se enlazan de manera razonable estas deducciones, para mí tiene la lógica del convencimiento.
Pero como no todo sale a medida del deseo, la sentencia de muerte que para mí pidió el Agente del Ministerio Público: esa sentencia que mis enemigos ansiaban con vehemencia ver ejecutada, la revocó en todos sus puntos el Tribunal Superior mandándome poner en absoluta libertad.
Vaya un voto de agradecimiento para el ilustre Abogado de mi causa y uno de admiración para los incorruptibles Magistrados que interpretando la justicia, no inclinan la balanza de la ley ante simpatías personales, ante el humo de la adulación ni al sonido del dinero!
¿Crimen misterioso? Así titulé esta cansada historia. Ahora suprimo los signos de interrogación y callo; ojalá no se me obligue a publicar detalles comprobados que si bien a los verdaderos protagonistas avezados al mal ningún cuidado les daría, en cambio harían aparecer el rubor sobre la frente de sus hijos y le acarrearía el anatema de la sociedad. Yo en cambio, sólo la vida tengo que perder: hace tiempo que está expuesta.
Padre mío ¡Ante Dios y ante la sociedad, tú sabes que soy inocente de tu muerte: tu memoria ha e pesar siempre como loza de plomo sobre la conciencia de mis detractores, mientras de los labios de tu herida incurable brotará perpetuamente para ellos el calificativo de Asesinos!
Comitán, Marzo 4 de 1909.
Hermógenes Caballeros.
Hermógenes Caballeros.
*La expresión de los cacaos como moneda se debe a que, durante esos años, el cacao todavía era considerado valioso. De hecho, en 1910, cuando Díaz dejó la presidencia y Emilio Rabasa dejó la gubernatura de Chiapas, los conservadores del estado pugnaban por la autonomía chiapaneca. Para llevarlo a cabo, una de sus principales propuestas fue que la moneda fueran los granos de cacao o el gaucho guatemalteco (García de León, 1999: 223).
BIBLIOGRAFÍA
GARCÍA DE LEÓN, ANTONIO
2002 Resistencia y Utopía. Memorial de agravios y crónica de revueltas y profecías acaecidas en la Provincia de Chiapas durante los últimos quinientos años, Editorial Era, México (Problemas de México).
VOS, JAN DE
1988 Oro verde. La conquista de la Selva Lacandona por los madereros tabasqueños, 1822-1949, Fondo de Cultura Económica, Instituto de Cultura de Tabasco, México
FUENTE DOCUMENTAL
CABALLEROS, HERMÓGENES
1 comentario:
oooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooohhhhhh!!!
MARAVILLOSO, ORO MOLIDO, LA REDACCIÓN BUENO... PUES NI HABLAR LA TRAES DE LINAJE IMPECABLE Y... IMPECABLE, ya tienes las naranjas ahora sácales jugo, exprime todo lo que te sea posible, MICROHISTORIA hecha por tí en definitiva! FELICIDADES!! eres muy buena en lo que haces, hiciste una excelente elección de carrera hay mucho camino tapir, ya lo encontraste no más no te desvies de él!
BUENISIMO EL TEXTO!
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