Otoño de 2005
Escucho atentamente a cada uno de los instrumentos aerófonos y de percusión integrantes de la banda urbana que suena al emotivo compás de una canción tradicional cuyo nombre remonta igualmente a la vida que a la muerte. El frío comienza a calar huesos -al menos los míos- y está visualmente manifiesto con la sutil neblina que cae sobre el escenario exterior, en el que destacan altos edificios y el conjunto nada despreciable de vehículos circulantes por grandes avenidas. Respirar el aire en tales condiciones hace capturar un aroma particular que, pese a estar contenido en el valle de la ciudad más grande del mundo, sugiere una sensación de limpia frescura y naturaleza latente.
Territorio oaxaqueño me recibe de pronto. La sierra mixe aflora de mis activos sentidos que, al mezclarse, proyectan el cuadro casi rural de subidas y bajadas montañosas cubiertas por completo de árboles. Puedo ver una peregrinación acompañada por música de banda desplazándose por los caminos, a veces de pura tierra y otras de deplorable pavimento, que recorren el poblado. En el transcurso, pienso en la mirada de la gente tan distinta a mí y a la vez tan igual, recordando la vieja idea de que “los ojos son las ventanas del alma”. ¿Qué se asoma por cada par de ellos? El gran grupo está unido por un interés, pueden convivir y se entienden. La armonía está presente más allá de los sonidos ordenados por los músicos. Cada uno de los caminantes se encuentra consciente de su papel en la escena, siguiendo los pasos que deben, pensando tal vez en el motivo del evento cuyo significado está expreso en la obra que suena, o quizás cada quién inmerso en el mundo de sus propios problemas y sentires. ¿Serán estos muy distintos a los míos?
Al percibir la melodía sonante me invade la melancolía y por alguna razón un abrazo me es indispensable, pero hecho por los brazos de alguien en particular, un ser amado con rostro y nombre definido por cuya causa, en apariencia, siento lo que me han enseñado con el nombre de “dolor”. ¿Sentirá lo mismo ese muchacho que ahora visualizo observando a una menuda muchacha que está a unos metros de él, con quien hubo una boda frustrada por rechazo de ella debido a diversos motivos en los que prefiero no detenerme a analizar porque sólo conseguiría entender menos? El dolor en sentido físico es común en todos los seres vivientes, al menos los que poseen nervios, pero el otro tipo de dolor ¿Realmente es tal?
Comienzo a temblar. Tengo frío. La imagen del ser amado llega a mis ideas y mi respiración cambia junto con el estado de mis entrañas que ahora siento. El muchacho que imagino enrojece y enfoca hacia otro lado, camina más rápido y se aleja de la susodicha. Seguramente también siente algo en la parte subyacente del tórax y un conjunto pensamiento- sensación lo impulsa a apretar los puños. Tanto él como yo nos sentimos incómodos, queremos correr o intoxicarnos con la ingerencia excesiva de la bebida embriagante que nos ofrecerán tras la última nota de los alientos que ahora se encuentran en el clímax de la obra. No queremos pensar y a la vez es una afición masoquista que no dejamos.
El muchacho regresa la mirada hacia ella y yo busco fantasiosamente entre mis cosas una foto que nunca ha existido para sentir tangible y no tan lejano el ahora recuerdo. Así el pesar se hace un poco más suave, aunque la agonía sea más larga. Tanto el personaje de la procesión como yo somos víctimas de la decepción, de la frustración por carecer de un bien abstracto previamente poseído, sea en la supuesta realidad o en la otra que es la “fantasía”, y enfrentarnos a la desprotección de estar sólo con nosotros mismos, de lidiar con el individuo propio sin más que lo que se es.
La obra concluye y lloro. Me percato de que nunca estuve en la sierra mixe y sólo la conocía por relatos y unas cuantas fotos. Ahora sé que la conozco, pues me percato de la existencia permanente y simultánea de dos mundos igualmente reales aunque, en ocasiones, uno de ellos sea omitido por su condición abstracta. Me refiero al mundo orgánicamente visual, tangible, audible y odorífero y, por otra parte, a aquel de imágenes mezcladas que no se forman al momento a través de los sentidos, sino del archivo del primero mezclado con reflexiones y estructurado de forma diferente al mundo de todos. Probablemente el mundo es del individuo y a la vez es dado a éste por los que no son él, ya que le enseñan cómo nombrar las cosas, pero ¿cómo sé que el tono del cielo no es captado por la vista de mi prójimo con el que, en la mía, es el de la sangre, y aún así le llama azul?
Los alientos inauguran una nueva pieza y mi soledad desaparece al saberme acompañada por la de todos los demás seres humanos sin excepción. Comprendo al objeto de mi afecto y la ira desaparece junto con las sensaciones incómodas de mi organismo. Regreso a la sierra mixe, al rostro de mi amor y mi comida favorita, mientras que oigo a la banda urbana, huelo el aire y diviso entrando por una puerta al cuerpo que añoraba, cargando su otro mundo y caminando en el de ambos. Sé que el ansiado abrazo llegará y su semblante no será aún sólo un recuerdo.
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